Por: Luis Guzmán Palomino
La historia de la guerra separatista por la cual el Perú nació como estado independiente de España, encierran aún muchas páginas que están por escribirse,
sobre todo en lo referente a la participación combatiente del pueblo peruano que en aquellos años de 1820 a 1824, organizó guerrillas en varias regiones del país y cubrió en mayoría las plazas del Ejército Unido Libertador. Por inexplicables razones no se acepta hasta la fecha –salvo excepciones- el análisis de ese período desde el punto de vista peruano, consintiéndose el desmedido ensalzamiento de los aliados en desmedro de los nuestros, cuya actuación en ningún caso fue menos importante. Prejuicios e ignorancias han marginado a los protagonistas peruanos de esa guerra, inclusive a jefes de alta graduación que estuvieron vinculados a las guerrillas indias y mestizas. Consideramos que ello implica no sólo omisión, sino aun injusticia, cuya reparación no puede dilatarse por más tiempo.
Tal vez la omisión más grave sea la que ha sepultado en el olvido al insigne coronel cuzqueño Santiago Marcelino Carreño, cuyo nombre casi nadie recuerda pese a que fue el oficial peruano de mayor graduación que murió en la campaña de Ayacucho. De los jefes patriotas sólo el británico Guillermo Miller lo citó entre los héroes; todos los demás lo silenciaron, olvidando a quien fuera de los libertadores de Chile, vencedor de varias acciones guerrilleras, organizador de un escuadrón de caballería que sería base del regimiento “Húsares de Junín” y Jefe de los “Guerrilleros de Vanguardia” en la definitiva batalla de Ayacucho. Ningún monumento conmemorativo recuerda a Carreño; apenas si algunos historiadores, principalmente Juan José Vega, han vindicado su memoria; los diccionarios de personajes peruanos ni lo nombran y no ha tenido hasta hoy el homenaje que exige su brillante trayectoria.
El 8 de diciembre de 1824, en vísperas de librarse la batalla de Ayacucho, cuando precisamente bajaba con sus guerrilleros para participar en ella, Carreño fue emboscado en las cercanías del Condorcunca, librando allí su último combate e inmolándose heroicamente. Estos modestos apuntes sobre los rasgos más saltantes de su biografía, se escriben como un reconocimiento de gratitud hacia tan preclaro peruano, merecedor como pocos de un lugar destacado en las más gloriosas páginas de nuestra historia.
Libertador de Chile
Desconocemos hasta la fecha la hoja de servicios de tan singular patriota; pero varios documentos lo señalan como peruano y cuzqueño, con el añadido de indio que le adjudicaron algunos racistas coetáneos, no precisamente realistas. Debió iniciar su carrera militar a muy temprana edad; y fue de los primeros en abrazar la causa independentista, pues existe testimonio de que luchó por la emancipación de Chile, ganando sus ascensos en los campos de batalla hasta alcanzar el grado de sargento mayor. Su probado amor por el Perú, su patria y su suelo, como mencionó tantas veces, motivó su alistamiento en la expedición sanmartiniana, figurando entre los 29 oficiales que trajo el regimiento “Dragones de Chile”, cuerpo que vino con sólo dos individuos de tropa, lo que indica que se completó con una mayoría de reclutas peruanos.
Vencedor en Coparí y Ccahuachi
En 1821 Carreño acompañó a Miller en las incursiones a los puertos del Sur, y no pudo hallarse en Lima al proclamarse la independencia pues en esos días navegaba de Arica a Pisco, donde desembarcó el 1 de agosto. Al huir de Ica la guarnición realista, Miller envió partidas en su persecución; y el alcance se produjo en Coparí, con clara victoria patriota. El enemigo prosiguió la fuga hacia la sierra, pero fue interceptado por los Morochucos, viéndose obligado a retornar a la costa con intención de pasar a Arequipa. Miller supo de ello en Tambo y destacó una tropa al mando de Carreño para cortar la retirada al enemigo. Recogiendo informes de indios amigos, Carreño avanzó por Nazca, y la noche del 10 de agosto sorprendió a los realistas en Ccahuachi, logrando un nuevo y decisivo triunfo que se vio realzado porque derrotó a un enemigo que superaba cuatro veces el número de sus efectivos. De vuelta en Ica mereció los elogios de Miller, porque merced a sus esfuerzos quedaba libre de realistas la región meridional inmediata a Lima.
La Patria Nueva de los Hijos del Sol
A continuación, Carreño fue destinado a la capital, para tomar parte en el sitio del Callao comandando a los “Granaderos” del batallón “Auxiliar de Lima“. En setiembre de ese año sucedió a Pardo de Zela en la jefatura del batallón “Provisional de Lima“, que se organizó sobre la base de mil quinientos negros que se presentaron a servir voluntariamente. Disciplinó y adiestró a esa tropa, recomendando que se concediera la libertad a quienes eran esclavos tras señalar que los “Granaderos” eran tal vez lo mejor del Ejército Libertador.
Carreño anheló sinceramente el surgimiento de una patria nueva donde se hicieran realidad los ideales por los que se inmolaran tantos miles de peruanos, desde Manco Inca hasta Pumaccahua. Y como conocedor de la historia del Perú tuvo por principal ideal la resurrección del estado autónomo sobre bases netamente andinas, porque siempre se dirigió a sus paisanos y soldados, a los peruanos todos, llamándolos “Hijos del Sol”, frase que de por sí encerraba toda una ideología profundamente nacionalista. Lejos estuvo entonces de sospechar que los ideales de los luchadores libertarios terminarían siendo traicionados por los criollos, la clase dominante que usufructuó el triunfo patriota en perjuicio de las mayorías oprimidas.
Comandante Militar de Nazca
A principios de 1822, con el visto bueno del ilustrado ministro Monteagudo, Carreño fue nombrado Comandante Militar del Partido de Nazca. Reafirmó allí sus cualidades como instructor de milicias y mereció los elogios del coronel Tristán, que lo calificó como “oficial de notorias aptitudes y de confianza”. Acatando órdenes del general Rudesindo Alvarado se movilizó de continuo entre Palpa y Nazca, para mantener contacto con los jefes guerrilleros de Caravelí y Lucanas. Se desarrollaba entonces la Primera Campaña de Intermedios y su misión fue la de “contener cualquier incursión del enemigo por la sierra“.
En abril de ese año, al peligrar su posición, se envió de Pisco a San Nicolás el bergantín “Pejespada”, con encargo de embarcar a su tropa. Ya en Pisco se esmeró en recoger dispersos, y el 20 de abril pasó a Chanquillo para incorporar una partida de 120 hombres. En el camino fue informado de que los jefes realistas Carratalá y Valdés, desde Palpa e Ica respectivamente, destacaban fuerzas combinadas para encerrarlo; retrocedió entonces al puerto y no consiguiendo buque para embarcarse, marchó por caminos extraviados durante dos días y medio, sin agua ni alimento alguno, hasta que, retirado el enemigo, pudo volver a Pisco “en el último extremo de la vida“. Lo socorrió allí el alcalde de Paracas, gracias a quien pudieron salvarse también los rezagados que quedaron en los arenales.
El hecho de haber podido burlar al enemigo pese a hallarse en tan precarias condiciones, le mereció la gratitud del gobierno, que a su llegada a Lima lo nombró Gobernador Político y Militar de Huarochirí, con mando sobre las guerrillas que operaban en la sierra inmediata.
Jefe Guerrillero en Huarochirí
La labor del coronel Carreño en la sierra de Lima fue múltiple, como difícil. Reclutó, organizó, adiestró y equipó varias partidas, incorporando oficiales de carrera a las guerrillas y contingentes guerrilleros al ejército regular. Contando con la invariable ayuda de los alcaldes indios formó esas tropas casi de la nada; y hasta estableció una armería, con escasos recursos pero con un entusiasmo admirable. Organizó también un adecuado servicio de espionaje, gracias al cual estuvo al tanto del movimiento enemigo, transmitiendo puntuales informes a sus superiores.
No tuvo sede fija sino que se movilizó de continuo recorriendo todos los pueblos de su jurisdicción para comprobar personalmente sus necesidades y verificar el progreso en la organización de guerrillas. Se situó donde su presencia fue necesaria y entre junio y diciembre de 1882 estuvo en Huarochirí, Yauli, Matucana, La Oroya, San Mateo, Cachicachi, Carampoma, Chaclacayo, San Damián, Olleros, Santa Inés, Yuracmayo, Casapalca, San Lorenzo de Quinti, Canta, Chorrillos, Langa, etc., y aún bajó a Lima cuando no hubo respuesta a sus solicitudes de ayuda.
Nacionalista a ultranza
Ese continuo trajinar no fue comprendido por algunos jefes aliados, como Francisco de Paula Otero, presidente de Tarma y Comandante General de la Sierra, quien repetidamente se quejó de no ser bien atendido y hasta recomendó a Carreño mantenerse en un punto fijo para apoyarlo adecuadamente. A ello respondió el jefe peruano: “Mi residencia es ambulante, y me sitúo donde las funciones de mi cargo me llaman, donde yo puedo ser útil a mi patria y a mi suelo“.
En cumplimiento de su deber Carreño batalló incansablemente con los realistas, pisándoles la retaguardia y hostilizándolos con frecuentes y sorpresivos ataques. Pero al tiempo que crecía su influencia entre los peruanos, creció también la oposición que le hicieron los jefes aliados y algunos jefes de partidas celosos de sus éxitos. El hecho de que aquellos pretendiesen limitar sus funciones a las de un simple subordinado motivó que Carreño fuera tornándose nacionalista a ultranza. Y ello le provocó nuevos problemas, acusaciones infundadas y pretendidos insultos, como aquellos que insertó un pasquín aparecido en Yauli, calificándolo de “cuzqueño déspota y peruano atravesado“. Para contrapesar esa animadversión consolidó Carreño una singular alianza con los alcaldes indios, los que en un momento llegaron a proclamar que sólo acatarían las órdenes que él dictara. Arreciaron entonces las quejas en su contra y a finales de 1882 debió presentarse en Lima para defenderse. Carente esta vez de abogados, en enero de 1823 fue despojado de su mando por la Junta Gubernativa.
Forjador de los Húsares de Junín
Pero su postergación duró poco, pues en febrero de 1823 fue requerido por el general Arenales para reunir a las guerrillas de la sierra y permitir el tránsito del coronel Otero a Lima. Pasó luego a Huánuco, donde organizó un escuadrón de caballería que con el tiempo conformaría el glorioso regimiento “Húsares de Junín“. Debió su reivindicación al cambio producido en el gobierno, pues asumió la presidencia Riva Agüero y la jefatura del ejército el general Santa Cruz.
En marzo de ese año fue reconocido como sargento mayor y en junio lucía ya galones de teniente coronel. Fue entonces destinado como lugarteniente de Isidoro Villar, que actuaba como nuevo Comandante General de la Sierra. Creció una vez más su influencia, y advertido esto por los jefes aliados se renovaron las denuncias en su contra. No estaba de ninguna forma consolidado el Ejército Unido Libertador, y la llegada de Sucre desnudó la crisis de su pretendida unidad. Riva Agüero fue depuesto y lo reemplazó Torre Tagle, preparando la llegada de Bolívar. Ese cambio sorprendió a los jefes peruanos que durante algún tiempo, creyendo sincero el nacionalismo proclamado por Riva Agüero, se vieron involucrados en una contienda civil que nunca quisieron.
Combate de Macón
Carreño volvió a ser objeto de recelos cuando se descubrió que Riva Agüero le dirigía comunicaciones intentando retenerlo a sus órdenes. En tan difícil coyuntura y hallándose en Cerro de Pasco con sus “Húsares” y guerrilleros, decidió atacar a los realistas que ocupaban Tarma. Solicitó apoyo de las tropas acantonadas en Huánuco, pero su oficialidad extranjera se mostró reacia a obedecerlo. Hubo de conminar entonces la presencia de ese auxilio verificándose la reunión en Reyes a principios de julio de 1823, cuando ya el enemigo había sido convenientemente reforzado.
Pese a la difícil coyuntura no renunció a su proyecto y pronunció una encendida arenga ante sus fieles exhortándolos a luchar por “la libertad del país“, para acto seguido, en la madrugada del 12 de julio, iniciar la progresión sobre Tarma, ignorando que los realistas estaban al tanto de su avance. Así, al entrar en la quebrada de Macón fue sorprendido y sobrevino el desastre. Intentó desesperadamente la defensa, pero defeccionaron los aliados huyendo en desorden. Carreño trató de contener la dispersión, pero no consiguiéndolo optó por retirarse a Cerro de Pasco con sus “Húsares” y guerrilleros, en tanto que los aliados tomaban el camino a Huánuco.
Entre Riva Agüero y Bolívar
En ese difícil trance fue que Riva Agüero volvió a reclamar su apoyo. Vaciló Carreño en tomar partido, pero no dejó de oficiar a Torre Tagle desde Yanahuanca, solicitando órdenes. Espías suyos recorrían entretanto las posiciones cercanas, indagando el parecer de los colombianos, porque algunos de éstos llegaron al extremo de criticar sus “sentimientos nacionalistas“. Se le atribuyeron por esos días proclamas favorables a Riva Agüero y la situación se agravó cuando el depuesto mandatario le transmitió un despacho ascendiéndolo a coronel y nombrándolo además Comandante General de la Sierra.
El gobierno de Lima ordenó entonces atacarlo, pero el 30 de noviembre de 1823 Carreño contuvo ese accionar al anunciar en carta a Bolívar que se ponía a su servicio para luchar por los más sagrados intereses de la patria. Cuatro días después, en carta al coronel Otero, Carreño hizo el necesario deslinde: “Me dice V. S. que S. E. (Bolívar) le ha advertido que yo he desobedecido al Sr. Riva Agüero; ésa es una verdad y todo el Perú verá a su tiempo el servicio grande que he hecho al suelo en que nací… Lo que V. S. me propone (amnistía, reconocimiento de grado y mando, etc.), todo es admitido por un peruano que no apetece sino la libertad de su país, pero advierto a V. S. que los soldados que en el día sirven en mi cuerpo deben ser sagrados”. Esto último alarmó a Otero, quien sin embargo fingió el avenimiento; ambos jefes, finalmente, se reunieron en Huánuco el 5 de diciembre proclamando una amistad que sólo fue sincera de parte del jefe peruano.
En la campaña final
No transcurriría mucho tiempo para que Carreño volviese a ser víctima de sospechas. Mantuvo, con todo, el mando de los “Húsares del Perú”, pero se designó como ayudante suyo alo comandante Aldao, cuya verdadera misión fue la de ir anulando su autoridad. Sucre lo recomendó para figurar en la vanguardia del Ejército Libertador; pero jefes como Bermúdez exigieron su expulsión, acusándolo de seducir a la tropa para abrazar el partido de Riva Agüero. El cargo era absolutamente falso, pues desde Guayaquil el derrocado presidente había escrito a Carreño ordenándole prestar obediencia a Bolívar. Las razones para odiar al peruano eran otras y Bermúdez las dejó traslucir escribiendo a Otero: “Ahora se presenta la mejor ocasión para separar a este hombre de nosotros”. Esa conspiración rindió sus frutos y en marzo de 1824 Carreño fue despojado del mando de los “Húsares del Perú“, siendo sustituido nada menos que por Aldao.
Todo indica que Bolívar desaprobó esa injusticia, pues en julio reconoció al coronel Carreño como Jefe del Parque del Ejército Libertador. Desconocemos su participación en la campaña de Junín, pero sabemos que en setiembre jefaturaba la vanguardia de la hueste que Bolívar condujo hasta Huamanga. Su valía fue también reconocida por el mestizo general Santa Cruz, quien lo destacó al mando de “Húsares” en arriesgadas misiones de observación sobre el río Pampas.
En las misiones más riesgosas
En las semanas siguientes figuró jefaturando a los “Guerrilleros de Vanguardia“. Así lo mencionó Miller, señalando que “los montoneros, a las órdenes del valiente coronel Carreño”, ocupaban Abancay y otros puntos en la orilla izquierda del Apurímac. Sucre dio también testimonio de la importante misión que cumplía Carreño, escribiendo desde Mamara, el 17 de octubre: “La línea de Cutuctay, Colca, San Juan de Cotabambas, San Agustín y Copca, está recorrida por el coronel Carreño, el cual ha cogido prisionero al subteniente del “Imperial” don Antonio Cristóbal que reunía ganado y se le han tomado 260 reses… Carreño escribe de Larata que piensa pasar a Limatambo en correrías. La adjunta para Carreño que vaya con prisa y segura”. Y el 18, desde Trapiche, Althaus comunicó por su parte: “Carreño está en Curahuasi protegiendo el regreso de espías infiltrados en el Cuzco“.
La participación del jefe patriota tuvo enorme importancia, pues no sólo se limitó a las tareas de reconocimiento sino que protegió el servicio de espionaje, efectuó acopio de víveres y hostilizó de continuo a las avanzadas realistas. Le fueron confiadas las misiones más riesgosas y las cumplió brillantemente; y, a no dudarlo, fue su guerrilla la que más choques tuvo con los realistas durante la campaña en Apurímac.
La sublime inmolación
Ese incansable trajinar, esa intrepidez temeraria, esa entrega total a la causa que defendía, fueron motivos más que suficientes para que el enemigo se empeñara en ultimarlo. Así, el 30 de noviembre, cuando efectuaba nueva entrada en Talavera, cerca de Andahuaylas, fue sorprendido por una patrulla emboscada, sufriendo grave pérdida en violento combate. Pudo escapar a duras penas y en los días siguientes recorrió las alturas del Pampas pugnando por reorganizar a sus guerrilleros.
Pudo al fin conseguirlo, pero el 8 de diciembre de 1824, en que bajaba a reunirse con el grueso del Ejército Libertador, para tomar parte en la decisiva e inminente batalla de Ayacucho, fue nuevamente sorprendido, en las cercanías del Condorcunca. Allí libró su último combate y se inmoló heroicamente, no alcanzado a ver el gran triunfo por el que tanto y tanto luchara.
Nadie se acordó de citarlo en los partes patriotas que al día siguiente dieron cuenta de la victoria obtenida en la Pampa de la Quinua. Se le mató dos veces -ha dicho con amargura Juan José Vega-, y hasta mil veces, porque a 179 años de su sacrificio sublime no tiene aún el sitial que merece en las más gloriosas páginas de nuestra historia.
Fuentes: Colección Documental de la Independencia del Perú, tomos relativos a la Marina (1780-1822); la Expedición Libertadora; Asuntos Militares; Acción Patriótica del Pueblo en la Emancipación; Guerrillas y Montoneras. Véanse también las Memorias de Miller y O’Leary. Juan José Vega es el historiador que con más afán ha luchado por la reivindicación del coronel Carreño.
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